La noticia del cierre es la más comentada de cuantas aparecen en la
edición digital de La Republique des Pyrénées o en el diario Sud-Ouest,
en su edición de Pau, y la que ha provocado un mayor seguimiento en las
redes sociales. Los medios franceses se hacen eco también de las duras
críticas que alcaldes, empresarios y representantes del Gobierno de
Aragón han vertido sobre la dejadez y la falta de sensibilidad de las
autoridades regionales francesas para con sus ciudadanos del valle del
Aspe y con los afectados de la vertiente sur. A este lado del túnel hay
quien incluso ve un paralelismo entre la situación creada con el cierre
de la línea ferroviaria en los años setenta y el actual bloqueo del
Somport: “parece la reedición del cierre del ferrocarril”, afirmó el
jueves el consejero de Obras Públicas del Gobierno de Aragón, Rafael
Fernández Alarcón.
El cierre provocará pérdidas importantes no solo para la importadora de
maíz o las gasolineras, estancos y establecimientos de hostelería del
valle –comercios ligados al hecho fronterizo- sino que afectará también
al turismo, en plena campaña de verano. No hay que olvidar que los meses
de julio y agosto son los que arrojan las mejores cifras anuales de
pernoctas internacionales en La Jacetania, y que citas culturales como
el PIR o Pirineos Sur se nutren de numeroso público francés.
En el fondo, parece que nada ha cambiado. Desde los años setenta, cuando
se interrumpió el tráfico ferroviario, o desde los años noventa cuando
se construyó un eje europeo con dos versiones: la internacional del sur,
y la regional del norte, como así atestiguan las carreteras de acceso y
la disponibilidad de medios para atender y velar por el tráfico que
genera. Estamos donde se sabía que estábamos.
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